La casa nos observa

 

John White

 

La bebé se queda a veces mirando algo detrás de mí. Siempre me giro, tratando de sorprender la sombra que ve tras la ventana. O peor aún, la figura blanca de pie a mis espaldas que mis ojos de adulta no pueden ver. Me da miedo lo que puedo encontrarme, y sin embargo, cada vez que mi pequeña fija sus ojos detrás de mí, me giro lo más rápidamente que puedo. Nunca veo nada. Convulsa, abrazo a la bebé, temblando ante las imágenes que mi imaginación convoca. ¿Qué ve? ¿Qué nos amenaza? 

 

 

La casa nunca nos ha querido. Desde aquella noche recién llegados, en la que D. mató al monstruo que se deslizaba al lado de mis pies desnudos, se han sucedido las molestias y las pesadillas. Me aterraba despertar en medio de la noche y ver uno de esos bichos sobre el cuerpecito indefenso de mi bebé dormida. Esas patas asquerosas arrastrándose sobre su carita angelical. Pensé en pedirle a mi marido que nos fuéramos de la casa, explicarle que aquel lugar no era seguro. Pero aparte de las malditas escolopendras, ¿cómo hablarle de la mirada fija de nuestra pequeña bebé? ¿Cómo explicar las sombras que creía vislumbrar por el rabillo del ojo? Sabía lo que iba a decirme. Las ramas verde oscuro siempre agitándose al otro lado de las ventanas podrían fácilmente confundirse, para una mente alterada, en manos que se agitan. No había fantasmas.

 

Y aún así.

 

Aún así no podía quitarme de la cabeza a los que habían vivido en ese lugar antes de que llegáramos nosotros. La casa tenía una casa hermana apenas a dos metros. Las dos eran exactamente iguales, unidas por un patio compartido. En la otra vivían nuestros caseros, una pareja anciana sin hijos de untosa amabilidad que me recordaban, a mi pesar, a los vecinos de Rosemary, la protagonista de La semilla del diablo. Las dos viviendas hermanas se habían construido en 1973, hacía más de cuarenta años. Desde entonces ambas habían tenido múltiples habitantes. Me habían llegado algunas historias, susurros y cotilleos de la isla con polvo de décadas. Sabía, por ejemplo, lo de la pareja de amantes, el piloto alemán y la mujer china que vivían cada uno en una casa, separados pero juntos. Quizás fuera el mismo piloto alemán al que encontraron muerto tras romperse una pierna en la selva. No podía haber dos de ellos, ¿verdad?, sería demasiada coincidencia. Lo del piloto fue antes de los móviles, me explicaron, agonizó durante días y cuando lo encontraron ya era demasiado tarde. ¿Es a él a quien ve mi niña? ¿Fue la casa la que se lo hizo? ¿O ve a la mujer china con los largos cabellos ocultándole el rostro muerto que busca a su amante a través de nuestras ventanas?

 

Ha pasado casi un año y aún seguimos en la casa. Atrapados en su interior. Pero vamos a irnos de aquí. Tenemos que hacerlo. 

 

 

 

Foto: http://johnwhiteillustrator.com/portfolio/fine-art-baby-portrait/

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