La isla mágica

Érase una vez una isla mágica al sur de China. Una isla en la que no hay coches ni supermercados. Si alguna vez quieres saber por qué se llama lujuriosa a la vegetación, has de venir aquí. Las enredaderas, lianas, árboles y raíces arbóreas se revuelven unas con otras como miembros entrelazados de una danza amorosa. No se sabe donde empieza uno y termina el siguiente. Un leve olor a podrido flota en el aire. Tanta vida es obscena. Las mariposas tienen las alas grandes, pedacitos de poesía revoloteando, cartas de amor quemadas que ascienden a los cielos. Pero no te confíes, apenas aventurarías a poner un pie fuera de los caminos marcados, te daría miedo lo que se esconde en esa oscuridad verde. Esa isla selvática se llama Lamma, 南丫 en cantonés. Es la jungla a escasos veinticinco minutos en ferry de la jungla de acero y cristal que es Hong Kong. D. y yo vivimos aquí.

 


Llegas al muelle desde la ciudad, la gran metrópolis que es Hong Kong, y sientes la diferencia de inmediato. Estamos en Yung Shue Wan el pueblo más grande de la isla. Aquí el aire parece más dulce, el silencio más limpio. A medida que te acercas a la aldea sientes como se va desprendiendo de tus músculos la tensión de la ciudad, una carga invisible que se evapora con cada paso, cada metro más ligero. Una vez pasas el banco HSBC, el único local de una gran empresa en la isla, y llegas a la calle principal, caminas más relajado y sonríes más. 

Bienvenidos a mi isla mágica.

                                                                                                                                                                                              Foto propia 

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